Los maestros de Roma: Miguel Ángel, Rafael y Leonardo da Vinci 5xd18

Roma vivió una gran época en 1513.

Bajo su cielo se reunieron durante unos meses Leonardo da Vinci, Miguel Ángel y Rafael.

Y su presencia juntos coronó una forma de apogeo artístico, la edad de oro romana del Renacimiento.

Los tres artistas coincidieron en Roma en un momento en el que la competencia artística estaba en su apogeo debido a los formidables encargos de los papas Julio II y luego León X, que se afanaban por dar a la ciudad eterna un nuevo rostro.

Aunque la Basílica y la Plaza de San Pedro no se terminaron hasta el siglo XVII, fue en esos años cuando comenzó su transformación.

En 1513, Leonardo, Miguel Ángel y Rafael se encontraban en momentos clave de sus vidas y de su arte.

En la cima, Leonardo, una estrella, pero una estrella que envejecía.

Todo lo contrario que el joven Rafael, un pintor superdotado que ascendía de forma deslumbrante.

Y entre los dos, Miguel Ángel, un hombre en la flor de la vida, escultor de renombre, pero de personalidad atormentada.

¿Cómo era la convivencia de los tres genios? ¿Qué rivalidades había entre ellos? ¿Por qué las hubo? ¿Y qué obras crearon en aquel contexto? Rafael acababa de terminar una de ellas, la Escuela de Atenas.

Este fresco, perfecto reflejo de los valores humanistas del Renacimiento representa el encuentro entre los tres maestros, Miguel Ángel, Leonardo y Rafael.

A finales de 1512, el nombre que está en boca de todos es el de Miguel Ángel, Miguel Ángel Buonarroti.

Nacido cerca de Florencia, en el seno de una familia contraria a su precoz vocación artística, fue acogido en la corte de Lorenzo el Magnífico.

El príncipe, que se percató de las excepcionales dotes del joven escultor, le abrió las puertas de su escuela de arte.

Con la piedad que completó en 1499, el talento del artista explotó.

Su famoso y monumental David, inaugurado en Florencia cinco años más tarde, consolidó su reputación en todas las cortes de Europa.

Miguel Ángel explicó que él era por naturaleza escultor, que había nacido para ser escultor, que no había nacido para ser pintor.

Quería ser visto como un escultor que había sido preparado para esa profesión desde su más tierna infancia.

El hecho de haber sido amamantado por una niñera cuyo marido era escultor, fue a sus ojos una señal de que estaba predestinado para esa disciplina.

En la polémica que se desató en aquella época en el mundo del arte, comparando las virtudes de la pintura y la escultura, Miguel Ángel eligió muy pronto su bando.

Los escultores decían que la escultura es mejor porque reproduce la tridimensionalidad.

Y los pintores decían que la pintura es mejor porque refleja los colores.

Miguel Ángel lo dijo desde el principio.

Para él no había duda de que la escultura es superior a la pintura, porque la escultura nace de la roca, de la materia, de la masa misma de donde brota la figura, la idea.

Esta idea no apareció de la nada.

Proviene del pensamiento griego, redescubierto durante el Renacimiento.

Los artistas extrajeron de ahí su nuevo credo, acercarse lo más posible a la vida y ya no solo a Dios, como en la Edad Media.

Es una tesis filosófica desarrollada por Platón.

Y de los escritos de Miguel Ángel se desprende claramente que estaba familiarizado con ella.

Está claro en ellos que se refiere exactamente a ella.