De almas y palabras 04-06-2025 2z4e13

Muy buenos días a todos y bienvenidos a esta nueva edición de De Almas y Palabras, el espacio de Radio Universidad de Salamanca donde la poesía y la reflexión caminan juntas.

Hoy vamos a detenernos en una figura que ya ha visitado nuestro programa en otras ocasiones, pero que siempre merece ser revisada. Ángel González. Volver a él es, en cierto modo, volver a una poesía que nos ha acompañado durante décadas, a una voz que supo ser íntima y cívica, irónica y conmovedora, profundamente humana, y en este año además se cumple el centenario de su nacimiento, un motivo para acercarnos a su legado con una mirada nueva.

Y precisamente es lo que haremos hoy, llegar a un Ángel González diferente, más complejo, más hondo, a través del trabajo de Pedro Javier Valles de Paz, autor de una tesis doctoral interesantísima que lleva por título La configuración del sujeto poético en el segundo tiempo de la poesía de Ángel González.

Una tesis que nos invita a adentrarnos en aspectos menos explorados del poeta asturiano, nos muestra cómo en su etapa más madura González construye un universo donde el espacio se vuelve simbólico, el tiempo se carga de conciencia asistencial y el yo poético se disgrega entre máscaras, ironía y melancolía. Hablaremos de los espacios, del desarraigo, la memoria, del uso del tiempo como herida, como refugio y también de cómo Ángel González logró mantener un compromiso ético con la realidad sin dejar de ser fiel a la emoción estética.

Hoy en De Almas y Palabras celebramos el centenario de Ángel González con palabras suyas pero también con las palabras que lo estudian, lo analizan, lo resucitan. Para comprender la profundidad de Ángel González necesitamos situarnos en un momento clave de su trayectoria, un momento de cambio, de duda, de transición. Pedro Javier Valles dedica su primera parte de esta tesis a este tránsito poético y la titula con una frase reveladora, porque se tiene conciencia de la inutilidad de tantas cosas, una frase tomada del propio González que más que resignación encierra una mirada lúcida, inquieta, incluso rebelde ante la fragilidad del mundo moderno.

Nos encontramos con un poeta que ya no se conforma con las fórmulas del pasado. En el prólogo a un silencio, texto que precede su libro Tratado de urbanismo de 1967, Ángel González se enfrenta a su propia escritura, reconoce que algo se ha agotado, que el silencio puede ser una forma de resistencia, de espera o de renovación y de esa pausa comienza a emerger una voz nueva, más crítica, más introspectiva. Escuchad, prólogo a un silencio.

Porque se tiene conciencia de la inutilidad de tantas cosas, a veces uno se sienta tranquilamente a la sombra de un árbol en verano y se calla, dije tranquilamente, falso, falso, uno se sienta inquieto, haciendo extraños gestos, pisoteando las hojas abatidas por la furia de un otoño sombrío, destrozando con los dedos el cartón inocente de una caja de fósforos, mordiendo injustamente las uñas de sus dedos, escupiendo en los charcos invernales, golpeando con el puño cerrado la piel rugosa de las casas que permanecen indiferentes al paso de la primavera, una primavera urbana que asoma con timidez los flecos de sus cabellos verdes allá arriba, detrás del cin oscuro de los canalones, levemente arraigada a la materia efímera de las tejas, a punto de ser polvo.

Eso es cierto, tan cierto como que tengo un nombre con alas celestiales, arcangélico nombre que a nada responde, ángel me dicen, y yo me levanto disciplinado y recto con las alas mordidas, quiero decir las uñas, y sonrío y me callo porque en el último extremo uno tiene conciencia de la inutilidad de todas las palabras.

Y también en este sentido en el que estamos hablando podemos recitar muerte en el olvido, que dice así, yo sé que existo porque tú me imaginas, soy alto porque tú me crees, alto y limpio porque tú me miras con buenos ojos, con mirada limpia, tus pensamientos me hace inteligente y en tu sencilla ternura yo soy también sencillo y bondadoso, pero si tú me olvidas quedaré muerto sin que nadie lo sepa, verán viva mi carne pero será otro hombre oscure, torpe, malo, el que la habita.

Avanzamos en el contexto que marca el origen la herida y también la primera lucidez de Ángel González como poeta. Hay algo imprescindible en Ángel González que es el peso de su herencia, el peso de una herencia devastada, y es que no se puede comprender Ángel González sin entender el país en el que nació, una España desgarrada por la guerra civil, sumida en la represión y en la pérdida en esa posguerra.