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Amigos, un podcast escrito y dirigido por Fernando Lumbreras.

Hay una frase que solemos escuchar mucho, casi siempre acompañada de un suspiro, de una sonrisa nostálgica o incluso de una cierta tristeza que se cuela entre las palabras.

Somos amigos de toda la vida. Es una expresión que tiene algo de sagrado, de eterno, de promesa cumplida y, sin embargo, también esconde una pregunta que con el paso del tiempo se vuelve cada vez más difícil de contestar. ¿Existen realmente los amigos de toda la vida o es más bien una idea romántica, una construcción emocional que nos ayuda a sostener ciertas partes de nosotros mismos? Hoy quiero invitarte a que caminemos juntos por esa pregunta, sin prisas, con el corazón abierto, porque hablar de los amigos de toda la vida no es hablar solo de relaciones que duran décadas. Es hablar de lo que fuimos, de lo que dejamos de ser, de las raíces de nuestra identidad. Es hablar de lo que se queda incluso cuando todo cambia.

Cuando somos niños, la amistad tiene una magia especial. No hace falta demasiado para que alguien se convierta en nuestro mejor amigo. Compartir una tarde de juegos, sentarse juntos en clase, elegirnos por azar en el patio del colegio. La amistad en la infancia nace del instinto, de la pura conexión, sin capas, sin intereses, sin expectativas a largo plazo. En ese mundo, donde el tiempo no pesa y los días son eternos, decir eres mi mejor amigo es como fundar una pequeña patria común, una alianza que parece invencible.

Conforme crecemos, el paisaje cambia. La adolescencia nos regala vínculos intensos y a veces turbulentos, por la búsqueda de identidad y por la necesidad de pertenecer. Es en esta etapa donde muchos de nosotros forjamos esos lazos que luego llamaremos amigos de toda la vida. Son personas que estuvieron ahí cuando éramos vulnerables, cuando todavía no sabíamos quiénes éramos. Y eso deja huella.

¿Pero qué ocurre cuando pasan los años? ¿Qué pasa cuando nuestras vidas se desvían en direcciones distintas? Estudios sobre relaciones interpersonales indican que solo una pequeña parte de nuestras amistades sobrevive al paso de los años, especialmente cuando atravesamos transiciones importantes como mudanzas, cambios de trabajo, matrimonios o la llegada de los hijos.

Es ahí donde muchas veces descubrimos que lo que parecía eterno tenía en realidad una fecha de caducidad que no supimos ver. Esto no quiere decir que aquellas amistades no fueran verdaderas. Lo fueron y profundamente. Pero a veces confundimos la intensidad con la permanencia. Pensamos que, por haber compartido...